Estoy de acuerdo contigo, Summun - Entonó con tristeza. Hacía tiempo que Lakota se sentía extraño en aquel grupo. Ultimamente se estaba involucrando en demasiados conflictos violentos, o al menos para su gusto. Los gigantes, los mercenarios, los saqueadores de las profundidades... ¿Acaso no merecían una segunda oportunidad? ¿O por lo menos la oportunidad de deponer sus armas? Lakota sabía gracias a sus poderes lo que era estar por encima de otras criaturas y pensaba que no había nada de malo en tener forma de gigante, pero no era noble servirse de ella tiránicamente. Esa era su filosofía, aprovechar su fuerza y su capacidad que lo hacían superior para tomar el camino que otras criaturas no podrían por su debilidad.
Pero no se si deberíamos seguir a partir de este punto. No se que camino tomar, ni siquiera se porque estoy aquí... Mi misión principal era encontrar a Krol, mi ahijado, y traerlo de vuelta con su gente. Pero cuando lo encontré era tarde, estaba muerto. Allí conocí a Layzarien, ella había venido por lo mismo que yo, quería encontrar el cuerpo de su hermano muerto -Lakota hizo una mueca, pensativo, recordando la historia- Cogimos los restos de nuestros familiares y los llevamos para resucitarlos. A cambio de haberme ayudado a encontrar a mi ahijado, mles prometí ayudarles a combatir al tirano Rutaga. Pero empiezo a flaquear, no se si seré capaz de seguir adelante con mi promesa... -Lakota puso una mano sobre el hombre de Summun, esperando una respuestal.